Todos hablamos español, pero diferente.

Todos hablamos español, pero diferente.

 Aprendizaje esperado: Leer novelas y cuentos latinoamericanos contemporáneos y escribir un comentario sobre su lectura para compartirla. ÉnfasisReconocer la diversidad lingüística y cultural a través de su literatura

 ¿Qué vamos a aprender?

Examinarás cómo se presentan las variaciones del lenguaje en nuestro hablar, y sobre todo te enfocarás en la literatura latinoamericana contemporánea. Además, identificarás la gran diversidad lingüística y cultural a través de la literatura.


Copia esto en tu cuaderno.


Las historias de los libros logran transportarte a distintos lugares y te acercan a personas que jamás hubieras pensado conocer, y cada una de ellas, muy probablemente, aunque hablara tu misma lengua materna, el español, la utilizaría de distinta forma.


 ¿Qué hacemos? Vamos a leer.

En esta sesión, leerás extractos de autores contemporáneos mexicanos. El primero de ellos es José Agustín. José Agustín pertenece a una corriente de escritores mexicanos denominada “La onda” que, entre otras, habla de personajes, tramas y ambientes muy característicos de los años 60 en México. José Agustín nació en Guerrero en 1944 y sus obras emblemáticas son: De perfil, Ciudades desiertas, La tumba.  Como dato curioso, este autor era considerado uno de los autores más rebeldes de la literatura mexicana. José Agustín centra su escritura en escenarios urbanos y la mayoría de sus personajes son de clase media.

DE PERFIL (Cap. 1) Fragmento

Detrás de la gran piedra y del pasto, está el mundo en que habito. Siempre vengo a esta parte del jardín por algo que no puedo explicar claramente, aunque lo comprendo. Violeta ríe mucho porque frecuento este rincón. Eso me parece normal: Violeta es mi madre y le encanta decir que no estoy del todo cuerdo. Ahora debo regresar a la casa, porque de lo contrario Violeta me llamaría y no tolero cosas así. Seguro soy desobediente por naturaleza. Por ejemplo, hace un rato Humberto me pidió que comiera con orden, sin mordiscar aquí y allá. No le hice caso, pero acepto que diga ese tipo de cosas (no por nada es mi padre).

Siempre me ha costado trabajo hacerme a la idea de que son mis padres; es tonto, he visto mi acta de nacimiento y hasta me parezco a ellos. Hoy en la mañana lo dije, pero respondieron que dejara esos asuntos y

—Deberías partir la carne en pedazos más pequeños.

Recuerdo (y me mata de risa) cuando Humberto me explicó lo del sexo. Hace siglos. Se veía muy gracioso al hablarme: partía nerviosamente su flan. Al final, el postre estaba reducido a partículas viscosas y casi no atendí.

Humberto se levantó, soltando la cucharita.

—¿Has entendido bien?

—Sí, Humberto.

Pero era mentira y eso no me preocupó demasiado; el sexo no me; interesa gran cosa. Hasta algunos compañeros me ven con desconfianza en ocasiones.

En la mañana vino Ricardo. Me pareció increíble: según me ha contado, duerme hasta muy tarde, y tras el desayuno, dormita en el jardín. Subimos a mi cuarto. Me senté junto a la ventana, mientras él se paseaba. Tomó un libro para preguntarme si era bueno, le respondí que era un libro y nada más (los libros que me regala Humberto son los últimos que leo). Comentó ah y siguió paseándose. Yo lo observaba preguntándome cómo puede pasearse tanto tiempo sin decir nada. Ricardo es medio taradón, se lo he dicho y sólo contesta ah. Al poco rato, tras tomar una silla se sentó frente a mí. Dijo:

—Oye.

—¿Qué?

—No, nada.

Volvió a pasearse y vio detenidamente mi calendario de la Panamerican (lo ha visto miles de veces). Fingí no interesarme en él, pero la verdad era bien distinta. Algo traía entre manos. Entonces, encendí un cigarro como si nada. Ricardo me miró escandalizado, pero sonriendo, hasta que no pudo más.

—Y, ¿si entran tus papás?

—Total…

—¿De veras no te importa?

—En este momento, no.

—Ah. Dame uno, ¿sí?

Se lo extendí de mala gana. Ricardo nunca compra cigarros, y además, fuma como si fuera lo máximo en el mundo. Así lo hizo esa mañana: daba el golpe, aguantándolo durante siglos, y luego, tras echar el humo, sonreía. Ya me estaba exasperando cuando volvió a sentarse frente a mí.

—He estado tirando la ceniza en el suelo —dijo, casi agresivamente.

—No te preocupes, la criada limpia todo.

—Ah.

—¿No sabes decir otra cosa?

—Oye —había un ligero temblor en su voz—, tus papás son muy gente, ¿no?

—Mira, si eso quieres, aguantan lo que sea. Adelante.

—Adelante, ¿qué?

—Que sigas.

—Ah… Mis papás no son así.

—Qué triste.

—Siempre me ponen como camote por cualquier cosa —Ricardo miraba hacia el jardín, por la ventana—. Me voy a fugar.

—Mira qué interesante —me acomodé mejor en la silla—. ¿A dónde?

—Eso no importa, me voy y listo.

—Ricardo, eres todo un hombre.

—¿No vienes conmigo?

—¿Yo?

—Sí, mano —hasta entonces me dio la cara—, entre los dos podríamos hacer que varios cuates consiguiéramos lana y pelarnos.

—¿A dónde?

—A cualquier parte.

—Eso no es tan fácil, Ricardo.

—Pero tampoco es difícil¦

—Sí es difícil, es difícil conseguir dinero; además, nos buscarían.

—No nos encuentran.

—Al revés, porque seríamos varios.

—Ah.

—Ah, ¿qué?

—Ah nada.

—Eres muy menso.

—Pues yo me voy.

—Te felicito.

—¿No me acompañas?

—¿No te dije ya?

—No.

—Pues no.

—No, ¿qué?

Lo mandé al diablo, es imposible hablar seriamente con él. Además, me daba flojera explicarle por qué no lo acompaño. Será porque ni yo mismo lo entiendo. En la tarde recibí una llamada de Pascual para invitarme a su casa. Gran onda. Acepté con un gruñido y la idea sólo me animó por lo tedioso de la tarde. Así son las vacaciones; si hubiera reprobado alguna materia, debería estudiar; pero como salí limpio, no pienso hacerlo (no tendría chiste, además). Me puse sólo un suéter. Es extraño, aunque estamos en invierno no se siente el frío. En el jardín tomé la pelota de mi hermano para tirársela al perro, que fue por ella a pesar de su aburrimiento y hasta me la trajo, con los ojos adormilados. Le dije pssst y soltó la pelota, meneando la cola. Es muy buey el perro.

Antes de subir en el camión le hablé a Ricardo, pero el canalla Pascual ya lo había invitado, y estaba en camino. Me incomodó el hecho de no haber sido yo quien lo llevara. Ya en el camión, maldije por no haber traído un cuento o algo: me sé de memoria los anuncios del camión. La Crema Tal satisface como la sal, le limpia aquí y allá con toda comodidad. Hay una mujer, con pretensiones de superbella, embarrándose Crema Tal con una sonrisa que parece decir: ¡Vean qué fenomenal, ya estoy salada! Hasta se me ocurrieron unos versuchos:

Esta tarde en el camión
la mujer con Crema Tal
lucía fenomenal
con esa crema brutal.

Pero eso no tiene sentido: debe ser la temporada.

La gran sorpresa en casa de Pascual fue que su familia salió de vacaciones y él encontró las llaves del bar. Ya estaban ahí Ricardo, fumando como loco, Hugo y Óscar: dos amigos de Pascual y conocidos míos. Tras los saludos de rigor, Pascual esperó un instante de silenció para proceder solemnemente con el saqueo. Todos estábamos entusiasmadísimos, porque aparte de las botellas había varios cartones de phillip morris. Pero Pascual dijo que no tocáramos los cigarros porque, de saberlo, su padre se pondría furioso. Eso nos descorazonó un poco, pero volvimos a entusiasmarnos cuando Pascual sacó una botella de brandy no malo porque dice solera. Luego meditó que su padre se daría cuenta por lo mismo y buscó otra botella. Un proceso similar aconteció con cuanto frasco tomaba y apuesto que estuvo a punto de sugerir que mejor compráramos algo si no hubiésemos protestado. Entonces, no de buena gana, sacó una de bacardí. Todos nos servimos tragos para adulto, pero Pascual hacía trampa: se servia poco ron, mucho refresco y aun le echaba agua. Sin embargo, fue el primero en marearse. Le siguió Ricardo, que había estado secreteándose con Hugo y Óscar. El canalla se levantó para decir:

—He decidido pelarme de casa, me iré tan pronto como sea posible. Él —me señaló, el canalla— está de acuerdo conmigo y piensa acompañarme.

Quise aclarar que era una mentira king size, pero Pascual gritó:

—Perfecto perfecto perfecto, nosotros seremos tumbas y no diremos nada cuando empiecen a buscarlos, ¡salud!

Todos bebimos. Ricardo dio un saltísimo para proclamar con entusiasmo:

—Nada deso, el chiste es que seamos varios, ¿por qué no vienen ustedes también?

Súbito silencio.

—Pues… —musitó Pascual.

Hugo fingió quedarse pensativo mientras Óscar balbucía:

—Yo, no sé, habría que pensarlo¦

Interrumpí, juzgando que era el momento adecuado.

—Oye, Ricardo, en la mañana nunca dije que te acompañaría.

Me miró ofendido.

—Pero tú¦

—Dije que no —insistí—, es más, no creo que hagas nada.

—¿Me estás tomando por un rajón?

No quise contestar porque lo conozco y sé que le encanta hacer tango por cualquier asunto. Pascual, con lucidez insospechada, logró parar todo al decirnos que aún tenía otra sorpresa. Uy, qué emoción. Ricardo olvidó toda ofensa, y como chamaquito, empezó a preguntar cuál sorpresa. Hugo y Óscar gimoteaban también y nuestro anfitrión, feliz. —Antes que nada, otro chupe —dijo y sirvió de nuevo.

CUENTOS CORTOS DE AUTORES LATINOAMERICANOS

 “Instrucciones para llorar” (Julio Cortázar)

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto, que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.

Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

  • Julio Cortázar es uno de los más importantes representantes del Boom latinoamericano. Argentino de nacimiento y nacionalizado francés como protesta contra el régimen militar. Este microcuento es una ingeniosa y muy detallada descripción de lo que ocurre cuando lloramos.

  • “Una de dos” (Juan José Arreola)

    Yo también he luchado con el ángel. Desdichadamente para mí, el ángel era un personaje fuerte, maduro y repulsivo, con bata de boxeador. Poco antes habíamos estado vomitando, cada uno por su lado, en el cuarto de baño. Porque el banquete, más bien la juerga, fue de lo peor. En casa me esperaba la familia: un pasado remoto. Inmediatamente después de su proposición, el hombre comenzó a estrangularme de modo decisivo. La lucha, más bien la defensa, se desarrolló para mí como un rápido y múltiple análisis reflexivo. Calculé en un instante todas las posibilidades de pérdida y salvación, apostando a vida o sueño, dividiéndome entre ceder y morir, aplazando el resultado de aquella operación metafísica y muscular. Me desaté por fin de la pesadilla como el ilusionista que deshace sus ligaduras de momia y sale del cofre blindado. Pero llevo todavía en el cuello las huellas mortales que me dejaron las manos de mi rival. Y en la conciencia, la certidumbre de que sólo disfruto una tregua, el remordimiento de haber ganado un episodio banal en la batalla irremisiblemente perdida.

    • Juan José Arreola es un escritor mexicano, de los más influyentes en su país. En este cuento, narra en pocas palabras una lucha entre la conciencia y la inconsciencia que parece que todos tenemos. Un cuento corto que cuenta con todos los elementos necesarios para emocionar.

    • “El murciélago” (Eduardo Galeano)

      Cuando era el tiempo muy niño todavía, no había en el mundo bicho más feo que el murciélago. El murciélago subió al cielo en busca de Dios. Le dijo: Estoy harto de ser horroroso. Dame plumas de colores. No. Le dijo: Dame plumas, por favor, que me muero de frío. A Dios no le había sobrado ninguna pluma. Cada ave te dará una- decidió. Así obtuvo el murciélago la pluma blanca de la paloma y la verde del papagayo. La tornasolada pluma del colibrí y la rosada del flamenco, la roja del penacho del cardenal y la pluma azul de la espalda del Martín pescador, la pluma de arcilla del ala de águila y la pluma del sol que arde en el pecho del tucán. El murciélago, frondoso de colores y suavidades, paseaba entre la tierra y las nubes. Por donde iba, quedaba alegre el aire y las aves mudas de admiración. Dicen los pueblos zapotecas que el arco iris nació del eco de su vuelo. La vanidad le hinchó el pecho. Miraba con desdén y comentaba ofendiendo. Se reunieron las aves. Juntas volaron hacia Dios. El murciélago se burla de nosotras - se quejaron -. Y además sentimos frío por las plumas que nos faltan. Al día siguiente, cuando el murciélago agitó las alas en pleno vuelo, quedó súbitamente desnudo. Una lluvia de plumas cayó sobre la tierra. Él anda buscándolas todavía. Ciego y feo, enemigo de la luz, vive escondido en las cuevas. Sale a perseguir las plumas perdidas cuando ha caído la noche; y vuela muy veloz, sin detenerse nunca, porque le da vergüenza que lo vean.

      • Eduardo Galeano, el autor de este cuento dirigido a los niños, es uno de los escritores e intelectuales más influyentes de las últimas décadas, no solo en su país, Uruguay, sino en toda Latinoamérica.


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